martes, 21 de septiembre de 2010



LA BODA



Esa mañana despertó antes de lo normal,  por más qué quiso, su descanso no fue como ella

lo necesitaba,  cuantas emociones dentro de su ser.  En la casa todo el mundo corría de un

lado hacía otro,  todo era felicidad y gritos.


Todos los preparativos estaban en pleno apogeo,  su madre daba indicaciones a todo el

mundo,  el padre lucía un poco triste,  había llegado el momento que él no esperaba con

tanto gusto,  su niña,  su pequeña,  ese día tomaría un destino diferente.

Quizás el que ella misma había elegido,  y que a él no terminaba por convencer.  Había

observado últimamente en ella,  una tristeza que están muy lejos de sentir las muchachas

que están a un paso de tan soñado momento.


Sin embargo aceptó la boda con resignación, todo en bien de su hija,  la más querida,  la

niña consentida, qué,  próximamente se convertiría en flamante esposa.

Ella  ya despierta, permaneció por largo rato sentada en su cama,  sus pensamientos 

estaban más que claros,  no así sus sentimientos,  algo en lo más recóndito de su alma,  le

indicaba que  ese momento esperado,  debía de ser mucho más intenso de lo que ahora

estaba experimentando,  sin embargo  todo estaba preparado,  ya no debían dar marcha

atrás.


Sus ojos se posaron en el inmaculado vestido de novia, tan blanco como indican los

cánones debe de ser la pureza de quien lo lleva puesto,  tan blanco como la nieve que

descansa en forma pasiva en lo más alto de las montañas.



El  velo, hecho de un tul tan ligero y fino,  que al caer sobre el vestido blanco,  hacía más

bello todo el conjunto, 

sus zapatillas,  con un pequeño tacón y  un ramito de flores de azar que remataba

delicadamente en el frente,  las finas medias de seda transparente,  y la ropa interior de

encajes tan sutiles, casi imperceptibles al mismo tacto.


Todo estaba impecable,  había sido puesto ahí  muy cerca de su  lecho virginal.  Ahora, no

le parecía tan bello, sus pensamientos estaban tan lejos, como lejos se encontraba quien

poderosamente los llamaba, en esos instantes en que toda su atención tenía que estar en su

arreglo,  para lucir esplendida y fresca en  su gran día.


El despertar de él,  fue algo parecido al de ella,  cansado de estar toda la noche dando

vueltas entre la revoltura de las sabanas,  sin poder conciliar el sueño,  dormitaba en

segundos presa de sus nervios,  no alcanzaba a discernir si la decisión tomada había sido la

correcta,  lucho tanto por definir la encrucijada que la vida misma le puso en el camino,

sabía a ciencia cierta,  y sin temores de equivocación,  que la amaba,  y que  su amor, tal

vez nunca pudiera concretarse,  y esa certeza le llegaba en forma dolorosa y sé acizañaba en

todo el torrente de su sangre,  dándose cuenta,  que había llegado inevitablemente el gran

día de la boda.


Tendría que estar feliz y no lo estaba,  retomo nuevamente los poderosos motivos que lo

llevaron a tomar  la decisión  que él  pensaba era la más  acertada,   la   más sensata,  la

que les evitaría un sufrimiento mayúsculo,  que tal vez no pudieran soportar.  Hoy,  en esos

instantes,  se preguntaba si ella  lo sentía tan fuerte como él,  ya que todo fue determinado

para que ambos  fueran felices por el resto de su vida, sin arrepentimientos y sin penas.


Sus mentes estaban ahora puestas en el amor que se prodigaban,  ambos deseaban

fervientemente la  paz y la dicha del otro,  el decidirse a tomar  finalmente el  destino que

los marcaría en ese día para siempre,  fue el resultado de noches en constante insomnio y

llanto,  de penetrar en los ámbitos más recónditos de sus conciencias,  de sus mentes,  y de

sus  corazones,  que latían fuertemente  cada vez que sus ojos se encontraban,  cada

que sus manos se tocaban  y cuando se regalaban  lindas sensaciones al otorgarse un tierno

beso,  ya que los dos estaban totalmente de acuerdo,  en que el beso, es la caricia más

sublime del amor, nunca propasaron los limites, todo fue limpio y puro.


Se enamoraron desde el primer día en que se encontraron,  aún sabiendo que la lucha por

ese amor,  sería encarnizada, más no les importo, estando dentro de su propio mundo de

promesas y  murmullos,  dentro de los cantos que solo se prodigan los enamorados.


Hoy cada uno en su espacio,  pensaba y suplicaba,  todo fuera de forma indolente  para el

otro, no debían  retroceder,  todo estaba por llegar a su  fin. 


Sin más remedio,  se levanto y pesadamente se dirigió a tomar un baño de tina,  con aceites

aromáticos para que estuviera de lo más tranquila y luciera todo el esplendor de su belleza

femenina.   Permitió que el agua tibia y perfumada,  recorriera su piel en una suave caricia,

imploraba que   esto la apoyara  para que nadie se percatara de lo que verdaderamente

estaba sintiendo,  para que todo el mundo que hoy tendría puestos sus ojos en ella,  la

encontraran  radiante de felicidad,  ¡qué lejos estaba de sentirse así ¡.


Tomaron cada uno sus propios atuendos y se vistieron lentamente, con resignación cada

uno empezó su arreglo,  sin apartar un segundo de su mente,  la imagen de su amado.

Él la espera ya  en el altar y ella camina  hacia él tomada del brazo de su padre, seguida por 

toda la familia que irradia  la  alegría que se siente en  momentos tan importantes,  él la

observa,  y ella lo busca ansiosa,  sus ojos se encuentran, y calladamente se gritan todo lo

que sus corazones les dictan en esos momentos,  la boda transcurre de forma lenta,  de

forma  tranquila,  por un lado saben que fue lo mejor para ambos,  esto les proporciona una

sensación de bienestar, dentro del dolor latente y lacerante de  esos momentos, hicieron

todo y  sacrificaron todo por su gran amor.


Al  llegar la noche,  después del alegre convivió,  los novios se retiran a su alcoba nupcial, 

ella temblando,  se  despoja finalmente de su atuendo blanco,  un llanto suave corre por sus

mejillas,  lo deposita  en una silla a los pies del lecho, en donde el esposo la espera ansioso

y lleno de amor.  Ella,  resignadamente entra a las sabanas y dedica el que espera sea el

ultimo pensamiento de esa noche para su amado.


Él, en el mismo momento se despoja de su atuendo, dobla cuidadosamente la sotana que se

tiene que portar en los días de fiesta,  y  se dispone a orar fervientemente por varias horas,

pidiendo a  DIOS perdón, resignación  y suplicando que ella sea feliz al  lado de su nuevo

esposo, y que él retome nuevamente su servicio y vocación.


Nunca podrán olvidarse,  se amaran eternamente en secreto,  nadie sabrá nunca lo que paso

esa noche,  en el altar y días antes de llegar a él.

Prometieron guardar silencio por el resto de sus vidas.


NOEMI
20-10-2004
10:00 p.m.

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